Las esculturas del gallego Ramón Conde han invadido los alrededores de la Catedral de Santiago de Compostela. Se trata de una propuesta expositiva de 15 piezas de gran tamaño agrupadas en torno al título genérico “El Poder” que exhiben cómo la fuerza y la superación son condiciones decisivas para vivir.
Los seres creados por Conde están colocados en los balcones del pazo de Raxoi, del pazo de San Xerome, del Museo de las Peregrinaciones, o lo que es lo mismo, justo enfrente de dos de las fachadas de la Catetral.
Una simple observación permite ver a distancia a hombres de gran tamaño con formas voluptuosas y completamente desnudos. Precisamente la desnudez y la colocación de las esculturas han desencadenado una polémica con el cabildo de la Catetral.
Desde el cabildo aseguran que esas esculturas con desnudo integral hieren la sensibilidad de los visitantes que se acerquen a la catedral. Consideran que la libertad de expresión no puede ir en contra del pudor que ánima a buena parte de las personas que se acercan al templo compostelano.
La polémica ha sorprendido a los responsables municipales. De hecho fue el anterior alcalde y hoy concejal de Relaciones Institucional, Ángel Currás, quien autorizó la exposición. En todo caso fuentes del ayuntamiento aseguran que no existe la intención de causar ninguna polémica.
La exposición del escultor Conde también estuvo en los exteriores de la Catedral de Ourense sin que se haya producido el mismo revuelo que en la capital gallega.
La distribución de las esculturas en los edificios que circundan dos de las plazas del templo compostelano no es casual y cambia substancialmente el aspecto de las emblemáticas plazas de la ciudad Patrimonio de la Humanidad.
La intervención, según explicó el propio escultor, juega con el dominio y la influencia través de un desarrollo de las «relaciones» entre personas entendidas como «preponderancia o dominio» de un ser sobre el otro.
Por su parte, el escultor de las obras, Ramón Conde, dice no entender la reacción del Cabildo, y asegura que hace falta un «teleobjetivo» para ver los «cinco centímetros» de la polémica.