La joven paquistaní Malala Yousafzai ha recibido este miércoles en Oslo el Premio Nobel de la Paz con un alegato en defensa del derecho a la educación de los niños y en contra de los abusos que sufren los menores, especialmente el trabajo infantil y los matrimonios concertados.
Malala, que sobrevivió tras resultar gravemente herida en un ataque de los talibán cuando volvía de la escuela, ha manifestado su agradecimiento a su padre por no cortarle «las alas» y por haberle dejado «volar» y a su madre por haberle enseñado a «ser paciente» y a «decir siempre la verdad», «lo que es el verdadero mensaje del islam».
«Este premio no es solo para mí es para los niños olvidados, para los niños asustados que quieren la paz. Para los que no tienen voz pero quieren un cambio… Estoy aquí para defender sus derechos y que su voz sea escuchada». «No es hora de sentir pena, es hora de pasar a la acción».
Ha recordado que en su lugar de origen, el valle del Swat, en Pakistán, los talibán han destrozado «más de 400 escuelas» y han intentado convertir los «sueños» de los niños en auténticas «pesadillas» y han conseguido que la educación pase de ser «un derecho» a casi «un delito».
Malala, se ha declarado «muy orgullosa» por haberse convertido en «la primera pashtún» que recibe la distinción y ha dicho que es todo un orgullo compartir el galardón con el indio Kailash Satyarthi. Y ha dicho que destinará la dotación económica del Nobel de la Paz a la fundación que lleva su nombre para construir escuelas en Pakistán.
Ha pedido que los líderes mundiales defiendan la necesidad de que todos los niños tengan una educación básica y secundaria, al igual que hacen con sus propios hijos. «Es hora de que el mundo piense a lo grande», ha indicado. «Vivimos en la era moderna. Creemos que nada es imposible. En este siglo XXI, tenemos que ser capaces de dar educación de calidad a todos los niños. Tenemos que trabajar y no esperar».