Un joven científico de Zimbabue ha publicado en el New York Times un duro artículo sobre la realidad de la vida en Zimbabue: “Nosotros nos preguntamos por qué los estadounidenses se preocupan más por los animales africanos que por los mismos africanos”.
Zimbabue, un país donde la pobreza extrema mata a 39.000 niños al año, ha sido el centro de las noticias en todos los medios internacionales, especialmente en Estados Unidos durante esta semana, después de que un cazador norteamericano abatiera en una partida exclusiva de caza al león Cecil.
La indignación de los americanos ha llegado a Zimbabue un país que tiene una cultura emocional muy diferente respecto al respeto a los animales salvajes y que está lógicamente más preocupado por su propia realidad.
Zimbabue es uno de los países más pobres del mundo. Su índice de Desarrollo Humano (IDH) fue el más bajo del mundo en 2010.
Posee grandes reservas de carbón, minas del cromo, asbestos, oro, níquel, cobre, vanadio, litio, hierro, platino y diamantes y el turismo, principalmente centrado en safaris aporta más de 50% del PIB del país, gracias al atractivo de las cataratas Victoria y sus numerosos parques nacionales.
A pesar de todo, sigue siendo uno de los Estados que más hambrunas y enfermedades prevenibles sufre.
Con una población de 14.599.000 personas, Zimbabue ve cómo 89 de cada mil niños mueren al año. Menos del 30% de la población dispone de tratamientos efectivos contra mosquitos que trasmiten enfermedades como el paludismo y que más de un 60% tiene problemas de desnutrición.
Zimbabue está gobernado por el dictador Robert Mugabe, que dispone de una fortuna estimada en más de 100 millones de dólares.
Una situación que en buena lógica, ha desatado las protestas de algunos habitantes del país, por considerar que el ‘primer mundo’ llora la muerte de un león mientras no se preocupa de los millones de personas que están sufriendo hambre, enfermedad y situaciones de extrema necesidad.
Goodwell Nzou
Una de estas voces ha sido la de Goodwell Nzou, un estudiante zimbabuense que ha publicado un artículo New York Times, que debiera sacar los colores a algunos.
“Estaba absorto en la bioquímica cuando me distrajeron los mensajes de texto y Facebook
– Sentimos lo de Cecil… ¿vivía Cecil cerca de tu casa en Zimbabue?
¿De qué Cecil hablan?, me pregunté. Cuando miré las noticias y descubrí que los mensajes trataban sobre un león que había matado un dentista americano, instintivamente lo celebré: un león menos que amenaza a familias como la mía”.
“¿Entienden los estadounidenses que los leones realmente matan a las personas?”, se pregunta, criticando a aquellos medios y periodistas norteamericanos que han convertido a Cecil en una especie de héroe local.
Goodwell Nzou recuerda en su escrito, su infancia en un poblado de Zimbabue, rodeado de vida salvaje. Cuando contaba con 9 años un león se acercó a su casa y acabó con el ganado que el poblado tenía para asegurar su sustento. Los leones no tenían nada de ideal para ellos. “Eran motivo de terror”.
Goodwell no quiere dejar la impresión de que en Zimbabue odian a los animales salvajes. Al revés, reconocen su significado casi místico, al punto que no comen carne del animal al que se consagra cada tribu, que en su caso es el elefante. “Para mí, comer carne de elefante es como comerse a un familiar”, pero este respeto hacia los animales nunca les ha impedido cazarlo o permitir que sean cazados por otros. “Estoy familiarizado con los animales peligrosos: perdí mi pierna derecha cuando tenía 11 años por la mordedura de una serpiente”.
Este joven científico critica la visión romántica de los estadounidenses sobre la vida salvaje en África, las críticas de las organizaciones animalistas, como PETA, que ha pedido que ahorquen a Walter Palmer, cuando la mayoría de los estadounidenses “no saben ni localizar Zimbabue en el mapa”.
“Nosotros nos preguntamos por qué los ciudadanos de EEUU se preocupan más de los animales africanos que de los mismos africanos”.
“Por favor, no me den el pésame por Cecil a menos que quieran también ofrecerme condolencias por los pobladores que han muerto asesinados o muertos de hambre”, concluye.