El silencio nos ayuda a conocernos mejor, a conocer a los demás y, sobre todo, a respetarnos.
El roce hace el cariño y esto requiere tiempo. Cada año por estas fechas, con mi familia llegamos a esta conclusión después de las vacaciones. Hay algo repetitivo, y no por ello menos importante, que es el comprobar que al pasar un mes juntos nos sentimos más fuertes y con la certeza de que hemos crecido como personas y como colectivo.
El tiempo es irremplazable y muchas veces, cuando nuestras posibilidades para dedicarnos a los nuestros son bajas, pasamos a hablar de tiempo de calidad, que no es más que poco tiempo pero con dedicación intensa, para convencernos de que la concentración tiene un efecto aglutinador de la relación y así olvidamos que siempre nos estamos moviendo en entornos líquidos.
En las relaciones con las personas lo bueno si es breve no tiene porque ser forzosamente dos veces bueno. Necesitamos disponer de tiempo para dejar que los acontecimientos maduren, para dejar un lugar a la duda y a la perplejidad sin atosigarnos, y para saborear los silencios.
El poeta catalán Miquel Martí i Pol decía que saborear el silencio es una muy discreta forma de amar.
El silencio nos ayuda a conocernos mejor, a conocer a los demás y, sobre todo, a respetarnos. Y vivirlo requiere tiempo, no tiempo de calidad, sino tiempo en bruto.
Y antes y después del silencio están las palabras. Las conversaciones de calidad no pueden ser precipitadas, requieren presencia, que consiste en tener la mente y el cuerpo dedicado a las personas con las que estamos hablando para poder poner al cien por cien nuestra capacidad de escucha, y para preguntar. Sin preguntas, una conversación se convierte en una simple charla.
Aprendemos los unos de los otros y hay muchas cosas que sabemos porque alguien nos la ha transmitido; dar un beso o una caricia, aprender un refrán o preparar una buena comida. La transmisión de valores y conocimientos requiere presencia, insistencia, perseverancia y sobre todo dedicarle tiempo.
Estar físicamente en contacto nos facilita información de los demás y a lo largo del tiempo ponemos de manifiesto lo bueno y lo malo que llevamos dentro. Para conocer a los demás necesitamos vivirlos y sin invertir tiempo, no podemos hacerlo.
No existen relaciones eternas. Las relaciones siempre son líquidas, fluyen de manera constante, necesitan ser creadas, alimentadas, cuidadas y disfrutadas día a día. El tiempo invertido mejora y enriquece la calidad de las relaciones. También es estadísticamente cierto que cuando las relaciones entre personas están deterioradas el contacto prolongado puede acelerar las rupturas.
Y disponer del tiempo necesario para lo que es realmente importante para cada uno de nosotros es siempre el resultado de una elección.
La gestión de la Marca Personal es una carrera de fondo y el tiempo influye en su calidad.
La gestión de la Marca Personal tiene más a ver con una carrera de fondo que con una de velocidad y el tiempo influye de manera directa en su calidad. Si no le dedicamos todo el tiempo necesario, los resultados serán menores que los esperados y tardaremos más en ser conocidos, reconocidos, memorables y elegidos.
Por Jordi Collell. PersonalBrandingQueMarca.