-El señor Grey lo recibirá ahora.
La imponente rubiaca extendió la mano y abrió la puerta del despacho con un gesto grácil.
-Pues muchas gracias, ¿eh? -dijo Mariano con nerviosismo, sin poder evitar mirarle el escote. Hay que ver como están las niñas de hoy en día, pensó, si es que les crecen antes las tetas que los dientes .¿Pero qué les darán de comer para que se pongan tan lozanas? ¿Chuches? ¡Qué barbaridad, menudos pechotes!
Contuvo las ganas de santiguarse y se prometió a sí mismo que le rezaría tres padresnuestros a Santiago Apóstol en cuanto saliera de allí. Tan ensimismado estaba en sus propios pensamientos, que al cruzar el umbral de la puerta tropezó y se dio de morros contra el suelo.
-Mecagüen… -masculló.
-¡Señor Sánchez! ¿Se encuentra usted bien? -dijo una voz. Cuando alzó la cabeza se topó con la intensa mirada de ojos grises de su joven y guapo entrevistador. Cojones con el Grey, pues tampoco está nada mal el mozo, observó recolocándose las gafas. Pero en su fuero interno, don José María, su Pepito Grillo particular, le advirtió en seguida.
Mariano, Mariano, que así no vamos bien. Anda, súmale a la penitencia un avemaría por moñardón.
-Sí, sí, gracias -respondió Mariano ayudándose del fornido brazo del muchachote para ponerse en pie. -Pero no soy el señor Sánchez. Me llamo Rajoy, Mariano Rajoy. Para servirle a usted, a Dios, y a España. -agregó con devoción castrense tendiéndole la mano a su interlocutor.
El señor Grey lo escrutó extrañado y no le correspondió.
-Pero yo esperaba al señor Sánchez. -le espetó de mala gana.
-Lo que pasa es que a Pedro… al señor Sánchez, quiero decir, le ha salido un trabajillo de última hora, sabe usted, y lo más seguro es que tenga que incorporarse al puesto de inmediato, ¿eh? Así que he venido yo en su lugar, ¿eh?, que últimamente tengo la agenda muy libre.
-Pero yo no, así que vayamos al grano. -replicó tajante el señor Grey.
Vaya un estirao, pensó Mariano. Seguro que es socialista. O peor aún, de Podemos. Aunque ahora que pienso, va demasiado bien vestido para ser de Podemos. Y qué bien olía el tío…
Marianoooooo, que te pierdes…
-Por favor, tome asiento- dijo el señor Grey señalando uno de los elegantes sillones de cuero. Pues fíjate tú que no le haría yo ascos a un tipo de decoración así para mi despacho en Génova, se dijo para sí mismo mientras contemplaba la estancia asintiendo con un gesto de la cabeza.
-A ver, señor… ¿Rajoy, verdad? -empezó a hablar el señor Grey, apoyado en el borde de su escritorio. -Dígame, ¿qué experiencia tiene?
-Pues verá usted, yo he sido registrador de la propiedad, el más joven de España por cierto -matizó con orgullo-; concejal en el Ayuntamiento de Pontevedra; Ministro de Administraciones Públicas; de Educación y Cultura; del Interior; y de la Presidencia. A ver, qué más… Ah sí, ya me acuerdo. También he hecho de vicepresidente del Gobierno.
El señor Grey se limitó a observarlo con una mirada hierática.
-¿Nada más? -preguntó enarcando una ceja.
Mariano se mordió el labio inferior antes de contestar y tuvo la extraña sensación de que el señor Grey acompañaba el gesto con sus ojos.
-Sí, bueno -dijo al fin con la boca chica-. También he sido presidente del gobierno, pero eso ya tal, ¿eh?
-¿Cómo dice? -replicó el señor Grey frunciendo el ceño.
-Que aquí hemos venido a hablar de lo que hemos venido a hablar, y de lo que no hemos venido a hablar, pues no vamos a hablar, ¿eh? Vamos, si a usted le parece bien, claro. -añadió.
Una gota de sudor le recorrió la mejilla. Se sacó del bolsillo el pañuelo de algodón con sus iniciales bordadas que le había regalado Elvira en su décimo aniversario de boda, y se secó. Hay que joderse, pensó. Este tío aprieta más que Ana Pastor.
-No parece que tenga experiencia de esto, pero en cualquier caso, creo que tiene usted potencial, así que voy a darle una oportunidad. Veamos, cuénteme algo sobre usted. ¿Cuáles diría que son sus puntos fuertes?
-Pues hombre, sobre todo soy un gran amigo de mis amigos, ¿eh? Soy ese amigo incondicional que siempre está ahí, incluso en los peores momentos; el que siempre tiene una palabra de ánimo para el compañero que lo está pasando mal; el que sabe reconocer los méritos del que lo está haciendo bien. Si yo le contara algunas anécdotas con mi amigo Luis, por ejemplo, con Rodrigo, con Rita, o con Alfonso… ¡Si es que los quiero, coño, los quiero!
-Le advierto, señor Rajoy, que a mí no me gusta compartir -repuso el señor Grey en tono desafiante.
Qué carácter, pensó Mariano, y no pudo evitar poner los ojos en blanco. Al instante, el señor Grey se incorporó, se acercó a él y le achuchó con tanta fuerza las mejillas que al pobre Mariano se le escurrieron las gafas.
-Si me vuelve usted a poner los ojos en blanco, lo pongo mirando a Santa Pola en un periquete, y si tengo que recurrir a eso, le garantizo que no se va usted a poder sentar en lo que queda de semana. ¿He hablado claro?
Mariano tragó saliva y asintió.
-Más claro que las cuentas del Pepé, señor -musitó con el canguele todavía en el cuerpo.
-Buen chico -susurró el señor Grey-. A ver, dígame. ¿Qué aficiones tiene?- añadió cuando lo hubo soltado.
-Uy, pues me gusta mucho el vino. -dijo Mariano cuando sintió que la tensión se había relajado.- ¡Viva el vino! -exclamó viniéndose arriba, pero al observar el gesto despreciativo en el rostro de su interlocutor, se cohibió en seguida. Este tipejo, además de antipático es un poco raruno, se dijo. Tendré que preguntarle a mi amiguete Eduardo Inda qué sabe de él. Con quién se junta. A qué dedica el tiempo libre. Lo mismo vale una portada.
El señor Grey exhaló profundamente y cogió una carpeta que había sobre su escritorio.
-Ahora voy a hacerle unas cuantas preguntas técnicas que deberá usted responder con total sinceridad.
Luego se acercó a Mariano, apoyó las manos sobre sus muslos y se puso de cuclillas frente a él.
-Es importante que sea siempre sincero conmigo si queremos que esto funcione, ¿de acuerdo?
-Le aseguro, señor Grey, que todo lo que le he dicho hasta ahora es cierto. Salvo alguna cosa.
-Bien. Entonces comencemos de inmediato con el cuestionario -dijo el señor Grey incorporándose.- Primera pregunta: ¿Diría usted que tiene un umbral del dolor alto?
Mariano emitió un sonoro resuello de burla.
-¿Que si tengo un dolor del umbral alto? ¿Es que no ha visto usted cómo se chotean de mí en Twitter, señor Grey?
-Yo no uso Twitter. Yo uso LinkedIn. Muy duro -remarcó el señor Grey con una mirada desafiante. – Y por favor, limítese a responder sí o no.
-Bueno, pero no se me enfade, haga el favor, que me da usted más repelús que el fiscal Villarejo. Sí, mi umbral del dolor es alto.
-Perfecto. Siguiente pregunta. En una escala del 1 al 10, siendo 1 nada y 10 absolutamente, ¿cuál diría que es su grado de obediencia?
-¿Y la europea?
El señor Grey arrugó el entrecejo con el aire de no haber entendido nada.
-¿Pero qué europea?
-No, que como ha dicho usted obediencia, pensaba que…
-Le anoto un 10. -le interrumpió el señor Grey.
-Anote, anote.
-Perfecto. Veamos, ¿le gusta el color vainilla, señor Rajoy?
-Ya lo creo, señor Grey. Yo soy muy vainilla y mucho vainilla. -afirmó con aplomo. Pero decidió matizar en cuanto advirtió el rictus que se dibujaba en la frente del guaperas de Grey. -Aunque si quiere que le diga la verdad, en realidad soy más de azul.
-¿Azul oscuro amoratado? -preguntó el señor Grey, que parecía haber recobrado de nuevo el interés.
-Azul oscuro falangista, más bien -respondió Mariano.
-Está bien; puede servir. Dígame, ¿suele utilizar algún tipo de aparato en sus actividades diarias?
-¿Cuenta el plasma?
-¿Plasma? Nunca había oído hablar de ese juguete, qué interesante. -dijo el señor Grey como si estuviera hablando solo. -¿Tiene fantasías a menudo?
-¿Fantasías? Uy, qué va. Yo soy un tipo muy racional, señor Grey. Para mí un plato es un plato y un vaso es un vaso.
-No sea tímido, señor Rajoy. Algo habrá que le haga temblar las piernas. Confiese de una vez. -le instó el señor Grey.
Mariano se ruborizó y esbozó una ingenua sonrisa.
-Pues hombre, para qué le voy a decir que no si ya me ha pillao, ¿eh? Lo que ocurre es que si se lo cuento, se reirá usted de mí, y por supuesto no me dará el trabajo.
-Lo escucho, señor Rajoy.
-Pues… es que… yo… a veces… fantaseo con que sé hablar en inglés. ¡Ala, ya está, ya lo he dicho! ¡Madre mía, qué bochorno! -masculló.- ¿No tendrá usted un poco de agua, señor Grey? Me ha entrado una sed de repente… Es que estoy un poco nervioso, ¿sabe usted? It’s very difficult todo esto.
El señor Grey le dedicó una sonrisa arrebatadora y le sirvió un vaso de agua del mueble bar que había tras su escritorio. Se lo tendió y mientras Mariano bebía, le masajeó los hombros con suavidad.
-Señor Rajoy, es usted una caja de sorpresas. Pero, ¿sabe qué? -agregó inclinándose hacia su oído. -Si fuera usted mío, no le quepa la menor duda de que sabría hablar inglés. Entre otros idiomas -susurró.
¡Ay, que se me sube el IVA, que se me sube el IVA!, pensó Mariano sofocado, a punto de atragantarse con el agua a causa del nerviosismo. Don José María lo miraba desde su fuero interno con severa desaprobación.
¡Mariano, por Dios! ¡Aborta misión!
-Sólo me queda una última pregunta que hacerle, señor Rajoy. ¿Tiene usted algún límite infranqueable que desee compartir conmigo?
-Mientras no me saque usted lo de la independencia de los catalanes, señor Grey, yo estoy dispuesto a cualquier cosa.
El señor Grey asintió con admiración y le dio una palmadita en el hombro.
-Enhorabuena, señor Rajoy. Es usted el candidato perfecto para ejercer el puesto de sumiso. Mi abogado le hará llegar el contrato por correo de inmediato para que se incorpore a sus nuevas funciones lo antes posible.
Aliviado y contento, Mariano se incorporó, estrechó la mano de su nuevo jefe y se dirigió hacia la puerta. Para que después nos vengan los rojos con que en España no se crea empleo, se dijo satisfecho.
-Señor Rajoy -dijo entonces el señor Grey. -Fin de la cita.
-¿Cómo ha dicho? -inquirió Mariano dándose la vuelta desconcertado.
-Fin de la cita -reiteró el señor Grey. -Recuérdelo. Son sus palabras de seguridad.
Escrito para azperiodistas.com por Carmen_S.