Nina, casada y madre de dos hijas, encuentra la posibilidad de un nueva realidad, con otros matices, con otros «colores y tonalidades»; una realidad donde sienta que encaja, no como esposa y madre, sino como mujer
Uno de los méritos de las buenas novelas es que logran que los lectores puedan verse atraídos y progresivamente reflejados en un momento concreto de la vida del o de la protagonista o, incluso, de algunos de los demás personajes. Esta grata eventualidad nacida de la ficción se produce leyendo Cielo verde sobre hierba azul, de Amaya de Arce Borda, donde las vicisitudes de Nina, su protagonista, pueden ser exactamente las mismas de muchísimas mujeres en cualquier parte del mundo. Desde el inicio de la historia, el planteamiento que presenta la autora con respecto a Nina invita a continuar con la lectura para saber cómo se librará del lío en el que, por un exceso de confianza y por el impulso de corresponder al dictado de sus emociones, se ve inmersa de manera inesperada.
Aquí, la monotonía de la vida matrimonial y doméstica es el detonante para que Nina, casada y madre de dos hijas, encuentre la posibilidad de un nueva realidad, con otros matices, con otros «colores y tonalidades»; una realidad donde siente que encaja no como esposa y madre sino como mujer, como individuo. El hecho de haber abandonado su carrera en el campo del arte es también un factor de peso para que esa realidad de nombre Jean, un pintor de cierto renombre que conoce en una exposición, se convierta en un lienzo a medio pintar del que ella quiere y desea con todas su fuerzas ser parte. Y lo consigue. Pero entonces aparece el desliz, que a la vez es un acontecimiento desencadenante de la novela, dentro de ese idilio extramatrimonial: prestarle a Jean los ahorros familiares producto del trabajo de Thomas, su marido; doscientos mil euros que servirían para comprar la casa soñada y que Nina pone en manos de Jean para que este pueda financiar un proyecto cinematográfico.
Durante todo el desarrollo de la novela y como un acierto notable por parte de la autora, el temor a que ese dinero no le sea devuelvo a Nina (Jean desaparece y no responde a sus mensajes) se mantiene latente. Junto con una serie de sucesos que dan fe de la tribulación de la protagonista, de sus miedos, de sus sospechas (una posible infidelidad de su marido), de su implicación con otras historias paralelas (las de sus vecinas) provoca el suspense necesario para que la historia en Cielo verde sobre hierba azul discurra con interés y sea efectiva.
La idea de trocar el significado que poseen ciertos aspectos fundamentales de la vida, con el afán de hallar novedad y huir de lo establecido, está presente en la mecánica de interacción entre Jean y Nina, en el nexo que los une. Sus conversaciones giran en torno a los colores y a lo que estos son capaces de reflejar. Hasta cierto punto, el proceder de Nina es ese, anhela encontrar un nuevo sentido para su vida y su instinto la lleva en esa dirección. Una idea universal, pues, que Amaya de Arce Borda confecciona con propiedad en una novela diáfana y reveladora.