En mi época de estudiante tuve la oportunidad de escuchar a un profesor de Formación del Espíritu Nacional: “Comprenderse a sí mismo y comprender a los demás, no es una tarea fácil de realizar”. Más tarde pude ir entendiendo que era la piedra angular de la convivencia y la solidaridad.
En el ámbito de la familia, como primera célula embrionaria de la sociedad. En el seno de la escuela, reflejo de la vocación pedagógica de la sociedad. Y en el conjunto de la colectividad en su faceta cultural, política y lúdica.
Más tarde me enseñaron que: “La libertad de uno terminaba donde comenzaba la del otro”. Y esto me complicó un poco más mis planteamientos de relación, sobre todo en la medida que iban entrando en conflicto los valores religiosos y los principios políticos.
Conjugar la libertad, la autoridad, la justicia, la democracia orgánica del franquismo, todo ello en un contexto de moral religiosa, se me hacía insuperable. Tan difícil como servir a dos señores con intereses contrapuestos. Compaginar la fe y la razón buscando a su vez los intereses espirituales y terrenales, eran piezas muy difíciles de encajar en el mismo rompecabezas.
Pero avanzando por estos caminos con mi mochila llena de ilusiones y preñada de futuro, fui dejando lastre al hacer camino al andar, como dijera el poeta. Esta frase magistral, no solamente me hizo planteamientos en plena adolescencia, época en la cual la escuché por primera vez, sino que me sirvió para analizar más tarde mi niñez. Si la hubiera escuchado cuando aún era un niño, me hubiera impactado igual que todo lo que me enseñaron bajo la tortura de la memorización. Ajeno a la razón y sin comprender cualquier concepto por simple que fuese.
Es triste constatar que fue a pensar lo último que aprendí. La inteligencia la utilicé para memorizar y me educaban al margen del pensamiento y el conocimiento. No entendí nada cuando me obligaron a repetir de memoria la definición de verbo: “Es la parte de la oración que expresa existencia estado o acción de los seres”. La palabra oración me confundía con la definición que en Doctrina Cristiana se daba de orar, que era: “Levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes”. Esta definición lejos de aclararme el concepto oración, hacía crecer mi incertidumbre porque el hecho físico de levantar el corazón, me resultaba incomprensible y la palabra mercedes, sólo me hacía referencia a una tía abuela que se llamaba Mercedes.
Pero volvamos a la definición de verbo. Los conceptos existencia, estado o acción, que más tarde descubrí que constituían la definición más completa que se puede dar al verbo, sobre todo en lengua castellana, no lograron que me sirvieran para aprender nada. Y cuando escuchaba y repetía el vocablo seres, hubiera sido incapaz de señalar con el dedo a qué o a quienes se denominaban seres. No obstante parece como si la famosa frase, pretexto de este comentario, hubiera sido el comienzo para abandonar las definiciones memorizadas.
Por el contrario la memorización me garantizaba no equivocarme en los conceptos. Sin embargo mis dificultades para mantener las definiciones perfectamente registradas, dieron paso al derecho de errar y salir del error usando la razón. Herramienta única que podía sacarme de todos los conceptos grabados en mi memoria sin haber sido asumidos por mi razón. Así dando pasos de adulto al recorrer mi adolescencia y juventud fui desmontando aquella personalidad impuesta y hecha a la medida del sistema creado para no pensar.
Al mismo tiempo que iba comprendiendo la definición del verbo y sobre todo las dos acepciones de la palabra oración, despejaba todo aquello que mi razón no procesaba. No sólo las definiciones del área de humanidades debían de ser memorizadas, tampoco se libraban las matemáticas, cuyos teoremas y definiciones, también, pasaban por la imposición memorística. Preguntado por el cuadrado de una suma y el cuadrado de una diferencia, mi memoria me abandonó y el maestro de turno me obligó a escribir doscientas veces las dos definiciones.
Tuvieron que pasar muchos años para demostrarme a mí mismo que aquello que me obligaron a memorizar, tenía su razonamiento matemático. Esto lo descubrí de adulto en el curso de acceso a la Universidad; habiendo elegido Filosofía y Ciencias de la Educación.
El disparate podía ir creciendo a medida que la memorización exigida, se distanciaba más del razonamiento imprescindible. Uno de los esperpentos más notables era que debíamos de aprender de memoria la Doctrina Cristiana, según el catecismo del padre Ripalda escrito en el siglo XVI. Esta materia se estudiaba en edades comprendidas entre los 6 y los 8 años.
Los pecados cometidos contra el 7º Mandamiento de la Ley de Dios, eran las usuras y los monopolios:
“Usura es llevar demasiado interés por aquello que se preste” y “monopolio es estancar una mercancía sin legítimo privilegios”.
Si no se tratara del drama educacional de una generación, podríamos pensar que es una chanza, o de escribir con un gran sentido del humor.
¿Cuántos años debieron de pasar para que yo entendiera estos conceptos?
Y sobre todo que lo asociara a la materia de religión, no a la economía. Volviendo a la memorable frase:”Comprenderse a sí mismo y comprender a los demás, no es una tarea fácil de realizar”, supone un análisis sincero de uno mismo. Es bucear hasta encontrar tu alter ego y en ese diálogo íntimo descubrir lo que somos y hacia dónde vamos.
Y una vez conocedores de nosotros mismos, emprender la tarea de intentar comprender a los demás. ¿Cómo? Poniéndonos en el lugar del otro y usando en ambos casos la razón. Sin prejuicios y sin complejos, practicando la empatía en suma. Es un objetivo retante pero posible. Con estas premisas seremos capaces de abordar el diálogo que ya los clásicos lo utilizaron para comunicarse y trasmitir conocimiento.
A medida que iba creciendo y desechando aquello que habiéndolo memorizado, estorbaba en mi vida, fui avanzando en el uso del razonamiento y consiguiendo mayores grados de conocimiento y cotas de seguridad. Aprendí a establecer prioridades y una escala de valores. Diferenciar lo importante de lo esencial. Lo próximo de lo remoto. Reconocer los errores y comprender los fallos de los demás. Presto en escuchar y tardo en responder.
De aquella breve pero reflexiva frase, aprendí a escoger entre llevar la razón y salvar la situación. Entendiendo por llevar la razón como estar en posesión de la verdad. Nadie tiene la verdad y menos la verdad absoluta. La verdad si no es compartida, deja de estar al servicio de todos.
La facultad de la memorización con la cual fui dotado como todo ser humano, la sociedad no supo enseñármela para ponerla al servicio de adquirir conocimientos y practicar habilidades.
Cuando llegué a mi juventud descubrí con verdadera pasión el teatro en todas sus formas: La declamación, la interpretación, la recitación y la puesta en escena. Sin embargo, fueron pocas las oportunidades de interpretar un personaje, porque cada vez huía más de aceptar un papel; rechazando la tortura que suponía aprenderme el guión.
Entonces descubrí que la memorización al pie de la letra era la herramienta auténtica y adecuada para el arte dramático. Y no para el resto de las materias estudiadas en la escuela.
Aunque una maestra de la época me explicaba que ella aceptaba la memorización del catecismo como garantía de no adulterar el dogma. Si acudían a su mente algunas dudas de fe, recitaba de memoria la doctrina definida por la Iglesia y se quedaba más tranquila.
De cualquier forma aquella pedagogía y didáctica basadas en la memorización y no en el razonamiento, ahuyentaron de mí el ánimo y mucho más la vocación de emprender con un plan de estudios memorístico, hasta que ya en mi juventud pude obtener la satisfacción de razonar, comprender y progresar en mis conocimientos. Pero el actor que sin duda llevaba dentro quedó frustrado.
Volviendo al origen de la frase que tanto me impactó: “Comprenderse a sí mismo y comprender a los demás, no es una tarea fácil de realizar”, pasando el tiempo he podido comprobar que encierra disciplinas muy importantes para la comunicación de los seres humanos. Como son la asertividad y la empatía. Que tiene mucho que ver con la puesta en escena que los ciudadanos deben de modular; encarnando los diversos roles de los personajes que la vida nos ofrece.
Y precisamente para subirse cada día a estos escenarios, no es obligatorio saberse el papel al pie de la letra. Sin embargo, añoro la oportunidad perdida de haber aprendido a memorizar para poder haber asumido la declamación e interpretación de los grandes personajes del teatro universal.
A través del teatro, el comprenderse a sí mismo y comprender a los personajes salidos de las plumas de grandes autores, que reflejan la historia de la humanidad, quizás, sea el camino más corto para comprender a los demás. El teatro es el arte universal que encierra, quizás, más humanismo.
Escrito para az.periodistas por Pedro Taracena Gil.