Una colombiana consigue que las niñas africanas no dejen la escuela cuando les llega la menstruación

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PRUEBA

Diana Sierra, diseñadora industrial, viajó desde Colombia a Uganda en 2011. Antes de su partida hacia el país africano era muy consciente de la situación que vivía en país, pero hubo algo que le pareció tan trágico, que decidió ponerle remedio.

Las niñas del país que visitó Diana se encontraban con un problema, que siendo algo fácilmente solucionable en el primer mundo, allí resultaba dramático.
«El 40% de las niñas terminaban dejando la escuela por algo tan cotidiano como la menstruación, por la falta de acceso a productos sanitarios», cuenta sierra a la BBC.

Y así, con esa decisión empezó la historia de su marca, Be Girl, que lanzaría poco después junto al ecuatoriano Pablo Freund.

En una aldea de Uganda un paquete de toallas sanitarias o compresas cuesta unos 75 centavos de dólar, el sueldo de un día entero de trabajo para quien gana el salario mínimo.

Así que, siendo estos productos tal lujo, no son muchas las niñas que pueden valerse de ellos para lidiar con el periodo. «La mayoría se mete una tela gruesa entre las piernas, incluso paja seca». «Y teniendo en cuenta que caminan kilómetros para llegar a la escuela; esto les produce llagas y ampollas».

Al miedo al estigma se le suman las creencias y supersticiones relacionadas a la menstruación y a la sangre que persisten en los entornos rurales de varios países.

Según Unicef, algunas familias todavía siguen una antigua tradición que consiste en desterrar a las niñas y a las mujeres en casetas apartadas cuando tienen su periodo.

Unicef calcula que en África una de cada 10 niñas falta a la escuela mes a mes y que en la zona subsahariana cuatro de cada cinco no tienen acceso a las toallas sanitarias.

«Decidí hackear las toallas sanitarias», cuenta Diana. «Llevaba un montón de tiempo diseñando televisores, cámaras, cepillos de dientes… productos con los que llenaba los bolsillos de otros. Y eso me generaba cierto conflicto ético».

Pero cuando se encontró con las niñas que dejaban la escuela por la menstruación, tuvo claro que hasta entonces había estado diseñando para el cliente equivocado.

«Para un diseñador industrial un usuario es un usuario, sólo que algunos son ignorados porque no tienen dinero o porque pertenecen a una clase social desfavorecida. Nadie desarrolla productos para ellos».

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Crearía un prototipo de toalla sanitaria con tela de sombrilla y un pedazo de mosquitero. «La tela de sombrilla sería la parte impermeable, la que evitaría que la ropa de la niña se manchara», explica. «Sobre ella cosí un pedazo de mosquitero, formando un bolsillo básico».

En ese bolsillo las niñas podrían meter una tela, que después podrían intercambiar por una limpia.

Más adelante se daría cuenta que en otros poblados las niñas no tenían ni ropa interior, por lo que rediseñó el prototipo y lo hizo en forma de calzón reusable.

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Junto a Pablo Freund, experto en empresas sociales, consiguió el capital semilla para lanzar el producto.

Así, además de las incursiones en el continente africano, también han llevado a cabo un programa piloto en la Amazonía colombiana, con los ticunas.

Hasta el momento han distribuido un total de 20.000 calzones, dice Freund.

La mayoría se los han vendido a ONGs para que los repartan en sus programas.