Al menos una vez a la semana ella lo visita. Llega sigilosa al puerto de Santa Cruz de La Palma, con sus labios pintados de un rojo carmesí casi incandescente, siempre colorida y arreglada para él, que la espera cerca del muelle, imponente, firme como una roca, actitud y porte que sufren un vuelco drástico cuando la ve. Ella convierte en lava su corazón de piedra.
Se llama “Aida”, es una viajera del océano, su fiel cómplice que la trae entre olas a su amado rocoso, al que los pobladores llaman Risco de la Concepción, pero que ella prefiere decirle cariñosamente “Roco”. Él aguarda con la vista hacia el mar, vigilante de la capital palmera, del municipio Breña Alta y sus habitantes, y a la espera de su querida navegante, esa que quisiera no partiera nunca más del muelle y encallara frente a él para admirar durante horas su brillante cuerpo de acero y colores.
Se conocieron hace ya algunos años en ese lugar de gran actividad turística y comercial, pero que para ellos es hoy un santuario de amor. Ante los ojos de “Roco” habían desfilado decenas de viajeras que traían a La Palma a miles de turistas diariamente para conocer sus maravillas naturales, sus senderos, su cultura, volcanes y gastronomía. Algunas de esas navegantes eran de alta sociedad, como las famosas “Queen Mary” y “Queen Elizabeth”, pero él quedó prendado de “Aida”, quizás por sus labios rojos destellantes que cada noche imagina que besan su empedrada y rígida mejilla, bajo el mar de estrellas que les regala el cielo palmero.
A ella no le costó mucho notar su presencia ese primer día que navegó hasta el puerto de Santa Cruz. “Roco” era único ante sus ojos, aunque un poco serio y distante para su gusto. Mientras sus pasajeros disfrutaban de la isla, ellos se estudiaban con la mirada, se dijeron poco con palabras pero mucho con los ojos y sus gestos. Ella se movía con el vaivén de las olas y la marea, lo seducía; mientras él la cortejaba silente, la embelesaba con la danza de sus pequeños arbustos motivada por la brisa, y con las aves que le enviaba a “Aida” para que la acariciaran con su vuelo. Así comenzó todo, sin palabras pero con señas.
Al terminar el día y el paseo de los turistas llegó el fin de aquel primer encuentro y comenzó esta historia de amor, que se reedita varias veces al mes en el muelle de Santa Cruz, cuando llega “Aida” con sus labios rojos carmesí para enamorar más a “Roco” con su meneo marino, mientras él estremece su vegetación y la acaricia con la brisa para agradecerle su presencia.
Si ves llegar a “Aida” al muelle, ese día se respirará amor en la “isla bonita”.
Escrito para azperiodistas.com por Dandelgadoa.