El atentado de Somalia contabiliza ya 276 muertos y 300 heridos

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Se espera que la cifra de muerte se incremente de forma notable, muchos de los heridos presentan un pronóstico de gravedad extrema.

La capital somalí sufría este sábado el mayor atentado de su historia, el grupo yihadista Al Shabab, con vínculos con Al Qaeda, detonó camiones bomba contra un hotel y un mercado de la capital, Mogadiscio, matando a al menos 276 personas e hiriendo a cerca de 300.
La gran mayoría de las víctimas son civiles, comerciantes o clientes que estaban en ese momento en el mercado.

Los hospitales de la ciudad están totalmente desbordados, las infraestructuras, el personal y el material del que disponen no es suficiente para atender a los heridos. Faltan medicamentos y sangre para transfusiones. Mientras, los servicios de emergencias y el Ejército somalí continúan buscando personas que permanecen entre los escombros.

El caos se ha apoderado de Mogadisco durante todo el fin de semana y aún es imposible recuperar al menos cierta normalidad. Esta situación puede provocar que en las próximas horas el número de fallecidos continúe aumentando, confirmó el comandante de la policía, Mahad Abdi Gooye. Muchas de las víctimas murieron calcinadas, lo que está dificultando gravemente las tareas de identificación.

La primera explosión se produjo junto al hotel Safari, una de las zonas más populares de la capital y sede de oficinas gubernamentales, hoteles y restaurantes. El segundo ataque se llevó al cabo al lado de un concurrido mercado.
Muchos de los edificios cercanos han quedado completamente destruidos y se teme que haya un alto número de cadáveres bajo los escombros.

Por ahora, aunque los medios locales y analistas dan por hecho que Al Shabab está detrás del atentado, el grupo yihadista todavía no ha reclamado su autoría. La organización terrorista, que se afilió en 2012 a la red internacional de Al Qaeda, controla parte del territorio en el centro y el sur del país y aspira a instaurar un Estado islámico de corte wahabí en Somalia.

Este país del este de África vive en un estado de guerra y caos desde 1991, cuando fue derrocado el dictador Mohamed Siad Barré, lo que dejó al país sin un gobierno efectivo y en manos de milicias radicales islámicas, señores de la guerra que responden a los intereses de un clan determinado y bandas de delincuentes armados.