Quien no pisa fuerte, no deja huella. Y en tiempos líquidos como los actuales, quien no tiene la consistencia suficiente para mover las aguas, no deja ver su estela. Este es el meollo de la cuestión de toda marca personal: la potencia de la pisada y la calidad del surco dependiendo de los momentos y de los entornos.
De poco sirve un automóvil que, a pesar de tener una carrocería atractiva y un sistema de navegabilidad de última generación, es incapaz de recorrer distancias a una velocidad decente, subir cuestas o moverse en suelos poco estables; si el motor no tira, el resto de elementos pierden funcionalidad y se convierten en puramente decorativos. Lo que define un vehículo automóvil es su capacidad para trasladar personas y objetos de un sitio para otro, no su carrocería ni su equipamiento, aunque también es cierto que un motor potente y un equipamiento flojo lo desmerecen y devalúan.
Cuando gestionamos una marca personal tenemos que saber distinguir su motor de los complementos y centrarnos en lo que es realmente importante, sin olvidar que al final la armonía y la potencia del conjunto serán imprescindibles para conseguir que sea conocida, reconocida, memorable y elegida.
El motor de una marca personal es la persona. Si no tenemos claro este principio habremos empezado el camino con mal pie. Sin persona no hay marca, sin persona no hay huella.
La mejor contribución que podemos hacer los personal branders a nuestros clientes es ayudarles a reconocer lo que son, cuáles son sus competencias, sus habilidades y sobre todo, lo que les aporta sentido.
La gestión de una marca personal se inicia con la toma de consciencia de que estamos con otras personas en un mundo que podemos cambiar porque tenemos una misión que cumplir, una vocación que nos hace transcendentes. El motor de la marca personal está en el interior de cada persona y tiene una doble mirada que va de lo que la define como ser individual a su contribución con los demás, el entorno y el mundo. Si la mirada interior no se proyecta hacia el entorno, si no se convierte en una propuesta de valor, la marca se desvanece porque la huella que dejamos las personas solo tiene sentido si es reconocida por los demás, sin ellos dejarla o no sería irrelevante.
Es por esto que cada vez estoy más convencido que la parte indelegable de la gestión de la marca personal es lo que definimos como autoconocimiento. Los personal branders podemos guiar a los clientes en esta tarea pero no podemos hacerla por su cuenta. Y, ¿en que consiste este autoconocimiento? Pues en sabernos explicar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, en reconocer cuales son aquellas cosas que nos caracterizan como personas, las habilidades que poseemos, en situar y ubicar el camino que hemos recorrido hasta el momento, en saber lo que los demás opinan sobre nosotros y lo que es más importante en descubrir aquello que nos da sentido y que nos permite ayudar a los demás y cambiar el mundo.
Tener definidas la misión, la visión y los valores personales, la identificación de las propuestas de valor y la explicitación del proyecto personal es la puesta en evidencia de que la fase de autoconocimiento ha llegado a su fin.
La estrategia y la visibilidad forman parte de la carrocería de la marca personal y ayudan a comunicar y dar a conocer lo que cada cliente ha definido como la huella que quiere dejar, son la puesta en sociedad del autoconocimiento y son la parte más delegable del proceso. Pero de esto hablaremos en otros artículos.
Ver postgrado de Marca Personal.