Si algo ha distinguido al pueblo vasco desde que conforman historia, es su relación con el mar. El mar como parte de su relación con la tierra y consigo mismos, su definición como pueblo, su sustento y su historia. El mar, la bravura de la naturaleza que lo rodea, la importancia del Cantábrico y de la costa vasca en la vida de los vascos desde los primeros habitantes del territorio, son sin duda una de las forjas que ha esculpido a fuego la indiosincrasia de este pueblo.
El discutido origen de los vascos y sea cuales sean las conclusiones de antropólogos e historiadores, ha estado ligado siempre al mar como sustento. En 2012, National Geografic publicó un estudio en el que afirma que el patrón genético vasco tiene singularidades locales y que es anterior a la llegada de la agricultura en la península ibérica unos 5 000 años a. C. Esta teoría avala otras que establecen la pesca y la recolección costera de productos del mar, como indispensable en la evolución de este singular y diferente pueblo.
De este primer aprovechamiento de moluscos, pesca de bajura; los medios, las técnicas y el ansia de ir más allá fue adentrado a los pobladores primitivos en las aguas para buscar capturas mayores y especies diferentes.
Muchos años después de que el territorio fuera ocupado por los ancestros de los actuales vascos, la pesca de la ballena se convirtió en un rasgo significativo de esta comunidad costera. El primer dato sobre la pesca de ballenas por los pescadores vascos data del año 670. Un cargamento de diez toneladas de aceite de ballena fue enviado al Monasterio de Jumieges a orillas del Sena, sin embargo la mayor actividad de los balleneros vascos fueron los siglos XIV y XV y a raíz de que las flotas holandesas, británicas y alemanas comenzaron con esta actividad.
De esta necesidad de sacar del mar su más básica supervivencia primero, y sus primeras apuestas comerciales después, surgió una relación especial, respetuosa y ávida de aventuras con las aguas del Cantábrico que llevó a los vascos a entender la mar, además de cómo una forma de vida, como un camino hacia la aventura, las nuevas tierras, el comercio y el descubrimiento del mundo.
No es de extrañar que grades marinos con nombre propio en los anales del descubrimiento de los rincones más remotos del planeta, figuren en los libros. La navegación para quien el mar, por bravo y cruel que se mostrara, era algo tan cotidiano, provocaba más atracción que temor.
Con este carácter en las venas, los vascos se aventuraron a las aguas en infinidad de expediciones que han sido hito en el devenir de la humanidad y de su geografía.
Se puede decir que sin los grandes marinos vascos, la historia hubiese sido casi imposible.
“Conocieron las tempestades y los escollos, los vértigos, las angustias y el terror, el Kraken, el Maelstroem y la isla de Satanás.
Nada de esto les sobrecogió. Vieron o creyeron ver sirenas y serpientes marinas, arpías y pulpos gigantes, islas de fuego con volcanes misteriosos. Desembarcaron en países extraños, poblados por enanos o por gigantes, por negros o por amarillos.
De estos pequeños puertos de la costa vasca salieron aquellos navegantes que se llamaron Juan Sebastián Elcano, Gaztañeta, Oquendo, Bonaechea, que recorrieron mares misteriosos; algunos que conquistaron tierras ignoradas, como Legazpi, Basurto y Garay, y otros que se batieron heroicamente, como Blas de Lezo y Cosme de Churruca.
De San Sebastián, hoy pueblo con poca marina de comercio, era don Lorenzo de Ugalde y Orella, general de los mares de Filipinas, que se distinguió en las luchas con los holandeses y que murió al naufragar el San Francisco Javier, galeón mandado por él, junto a la isla de Samal en 1650.
Del mismo puerto salieron Joaquín de Aguirre y Oquendo, que murió en Guatemala; Alonso de Aliri, Hernando Aramburu, general de la expedición que se hizo a Filipinas en 1610; Marcos Aramburu, que derrotó al almirante portugués Campoverde en 1591; Martín de Argarate, los Barcáiztegui, que se distinguieron a fines del siglo XVIII y comienzo del XIX. Agustín de Diustegui, almrante hacia 1625, Juan Pérez de Ercilla, José Manuel Goicoa, que voló su fragata Mercedes por no rendirse a los ingleses; Juan Lazun e Ignacio Mendizábal, muerto en 1780 a bordo del Santo Domingo.
Juan de Echaide, de San Sebastián, dio su nombre a un puerto de Terranova, al que llegó siguiendo la ruta que antes habían marcado otros marinos de Orio.”
Pío Baroja
El antropólogo donostiarra Imanol González Paradela divide en seis acontecimientos de vital relevancia la participación de los marinos vascos en la historia de la navegación, desde su destacada presencia en las expediciones que desembocaron en el descubrimiento de América hasta las expediciones del siglo de XVIII. Recopilamos aquí sus referencias a estos viajes que protagonizaron los grandes marinos y aventureros con los que Euskadi ha dejado su firma en las páginas de la historia.
Marineros vascos en el descubrimiento de América
Fueron numerosos los vascos que participaron en el descubrimiento de América y que formaron parte de las posteriores expediciones. En la «Santa María» viajaba el contramaestre Chanchu, hijo de Catalina de Deba, que murió en aquél primer viaje. En la misma nave viajaban los vizcaínos Martín de Urtubia, Domingo de Anchía, el calafate Lope de Erandio y el carpintero Domingo de Lekeitio. En la «Pinta» viajaban los guipuzcoanos Juan Martín de Azoque y Pedro y Juan de Arraes.
En el segundo viaje fletado por Cristóbal Colón figuraban los pilotos Lope de Olano y Martín Zamudio, el preceptor Sebastián de Olano, Fernando de Guevara, Luis de Arteaga, Bartolomé Salcedo, Miguel de Muncharaz y Francisco de Garay. En el tercer viaje encontramos de nuevo al piloto Lope de Olano, junto a Pedro de Araba, Pedro de Ledesma, Martín de Arriarán y Bernardo de Ibarra.
En el cuarto viaje encontramos a Pedro de Ledesma pilotando «La Vizcaína», que era propiedad del natural de Getaria Juan de Oiquina. También viajaban en aquella nave el contramaestre Martín de Fuenterrabía, el tonelero Martín de Arrieta, los calafates Domingo Vizcaíno y Domingo de Arana, el carpintero Machín, los marineros Pedro de Maya y Martín de Atín, los grumetes Diego de Portugalete, Juan Zamudio, Martín de Larriaga, Bartolomé de Alza, Pascual de Anzuriaga, Antón Chabarría y Antonio Arce. También viajaban el paje Cheneco y el trompeta Gonzalo de Salazar
La doble boda y el viaje a Flandes
En agosto de 1496 partieron desde la playa de Laredo, en Cantabria, un gran número de naves con destino a Flandes. En una de las carracas genovesas de la expedición viajaba la infanta de Castilla y Aragón Doña Juana para contraer matrimonio con el Archiduque Felipe, al mismo tiempo que también se celebraba el enlace entre Margarita, la hermana de Archiduque, con el infante Don Juan, hermano de Doña Juana.
Entre el gran número de naves que protagonizaron aquél viaje, desde naos hasta carabelas, fueron muchas las naos vascas enroladas en aquél viaje de bodas. Entre ellas estaban las de Martín de Arteaga, las de Pedro de Arrona, las de Lope de Celaya, las de Martínez de Lezo, las de Miguélez de Elorrieta, las de Jimeno de Bertandona, las de Jacome de Rentería, las de Martín de Arayaga y las de Martín de Izola.
La primera vuelta al mundo y otras hazañas
Resulta curioso observar cómo todavía algunas personas siguen pensando y afirmando que fue Fernando de Magallanes quien dio la primera vuelta al mundo. Sin embargo, Magallanes falleció cuando apenas había realizado la mitad del recorrido, en las Islas Filipinas. La hazaña de realizar la primera vuelta al mundo la coronó y la finalizó Juan Sebastián Elcano, quién tomó el relevo del mando de la expedición y la finalizó junto a otros dieciocho hombres, de los 265 que la habían iniciado.
Dentro de este grupo de grandes marinos y exploradores también hay que citar a Andrés de Urdaneta, quién fue el primero en realizar el viaje de ida y vuelta desde Filipinas a México, un trazado que en la época tenía un alto interés estratégico y político. Antes de Urdaneta, otras cuatro flotas habían intentado esta proeza en cuarenta años, pereciendo todas ellas sin lograr el objetivo.
Los vascos en la Armada Invencible
El desastre protagonizado por la Armada Española en 1588, fundamentalmente a causa de las malas condiciones climatológicas en su viaje de retorno, fueron un terrible golpe para la costa vasca debido a las cuantiosas pérdidas que supuso, tanto en naves como en vidas humanas. En aquél desastre perecieron más de quinientos guipuzcoanos, generalmente de los pueblos costeros. Sólo en Donostia, los donostiarras muertos fueron más de cien.
En aquella expedición, la escuadra guipuzcoana estaba formada por trece naves mandadas por el donostiarra Miguel de Oquendo. El vizcaíno Juan Martínez de Recalde estaba al mando de la escuadra vizcaína, que estaba formada por catorce naves. La escuadra levantina o italiana, compuesta de nueve naves, estaba bajo el mando del General vizcaíno Martín de Bertendona.
Los vascos y las Flotas de Indias
A partir del siglo XVI y hasta el siglo XVIII las llamadas Flotas de Indias eran las encargadas de transportar los productos provenientes de las colonias españolas en América hasta la Corona de Castilla. Estas Flotas de Indias eran dos Flotas que zarpaban una vez al año desde el puerto de Sevilla, más tarde lo harían desde Cádiz, con destino al puerto de Veracruz una de ellas, y a Cartagena de Indias la otra.
Estas Flotas de Indias no sólo se componían de barcos mercantes exclusivamente preparados para el transporte de las valiosas mercancías de las colonias, sino que se completaban con la presencia de galeones fuertemente armados con cañones, para aumentar la seguridad del transporte en una época caracterizada por la fuerte presencia de piratas ingleses y franceses.
Un gran número de marinos vascos fueron Generales de las Flotas de Indias. Como ejemplo, sólo en la primera mitad del siglo XVII figuraron como máximos responsables de las Flotas de Indias marinos como Antonio de Oquendo en 1612 y 1614, Juan Pérez de Portu en 1614, Carlos de Ibarra en 1619 y en 1623, Alonso de Múgica en 1626, Miguel de Echezarreta en 1630, Carlos de Ibarra en 1636, 1637 y 1638, Martín de Orbea en 1638, Pedro de Ursua en 1644 y 1648, y Juan de Echeverri en 1651.
Los cuatro grandes del siglo XVIII
Entre los numerosos marineros vascos que surcaron las aguas a lo largo del siglo XVIII destacan de forma especial cuatro grandes marinos. Uno de ellos es Antonio de Gaztañeta Iturribalzaga, natural de Mutriku, y que destacó sobre todo a comienzos del siglo XVIII en el campo de la construcción naval. También tuvo a su mando la Flota de Indias en 1726 y 1727, falleciendo en Madrid en 1728 poco después de finalizar uno de sus viajes.
El Pasaitarra Blas de Lezo fue conocido por el gran número de heridas y de amputaciones que sufrió a lo largo de su vida militar y marinera. Su consagración como gran estratega se produjo en la defensa que realizó de Cartagena de Indias en 1741 frente a una flota inglesa muy superior en número y en armamento. Con sólo seis navíos consiguió defender la ciudad y derrotar los más de cien navíos del almirante británico Vernon.
Cosme Damián de Churruca, nacido en Mutriku, no solo fue un brillante militar sino que además destacó en ciencias como matemáticas y astronomía. A pesar de padecer una salud muy frágil a lo largo de su vida, se embarcó en varias expediciones. Falleció el 21 de octubre de 1805, al mando de la nave San Juan Nepomuceno durante la batalla de Trafalgar.
José de Mazarredo nació en Bilbao en marzo de 1745. Para algunos está considerado como el mejor marino de su época. Participó en numerosas expediciones y fue nombrado ministro de Marina en junio de 1808 por José I, Mazarredo, que a lo largo de su vida padeció frecuentes y dolorosos ataques de gota, falleció el 29 de julio de 1812.
Por eskelak.eus.