A menudo escuchamos sin censuras, y nos animamos a participar.
Pero después empiezan los problemas. Este estilo no me gusta, este tema es demasiado conflictivo, hace pensar demasiado, así no lo publicamos.
Nos animan a abrir las alas para después arrancar las plumas o arrancarte las alas. Decir que quieres escribir como esto o aquello se convierte en un suicidio, pues acabas fuera de uno u otro lugar, donde gritaban libertad pero no la sientes una vez dentro.
Todo está supeditado a la ideología política de aquellos que en un primer momento dijeron: me gusta cómo escribes y cómo piensas.
No hay etiqueta política que me categorice, y es sencillo de entender.
No me gusta la política actual. Nos hablan de democracia (palabra compuesta de origen griego que significa el poder del pueblo) cuando en la realidad el pueblo deja un papel cada cuatro años y se pasa el resto del tiempo criticando lo que hacen o dejan de hacer. Con perdón, pero más papeles dejó en el día a día que me afectan más íntimamente que eso. Por un papel como, ya que está establecido en esta sociedad que ese papel es importantísimo, casi tanto como Dios, y sin él ni comes, ni vives. Ese papel al que hemos llamado dinero.
Un papel con una poesía o un escrito que publicamos tiene también más significado que cualquier papel dejado cada cuatro años.
Analizando más a fondo la política, más allá de un papel representando a quién elegimos, nos encontramos el antiguo arte de la dialéctica. Esto consistía en debates en los que unos se posiciona a favor y otros en contra en cuanto a una idea se refiere. Y ahí les vemos. El problema de la dialéctica es que no siempre te toca el lado que sientes, sino que tienes que debatir el que te ha tocado. Esto hace que un colectivo de personas se interese por ti por sentir el apoyo, y a la hora de la verdad todos actúan igual. Mismos pensamientos antiguos estructurados piramidalmente que se zanjan con un: no haberlos votado. Pero el problema no reside en el papel en sí, sino en la poca honestidad de esa dialéctica.
El pueblo defiende las distintas posturas con un: porque dijo, porque hizo la otra parte, pero negamos los fallos en la parte que nos concierne. Esto, lejos de ser sólo una cuestión política, se ha extendido al día a día. No somos capaces de defender nuestras ideas sin desvalorar a la otra parte, e irónicamente se consigue el efecto contrario.
Yo veo la misma vieja ideología en casi todo, y los que decimos esto nos dicen: claro, y cómo lo solventarías tú?
A esta cuestión los que entienden estas líneas suelen decir: existen muchas maneras, en las que el sistema sería equitativo, sin dinero, sin fronteras y sin nadie a quien culpar si a ti no te salen las cosas como quieres, o bien porque han roto la promesa que te hicieron cuando les dejaste tus decisiones con un simple papel.
Existen contra la educación documentales como la educación prohibida, contra la sanidad actual hay millones explicando cómo la naturaleza da soluciones más naturales y con menos efectos secundarios, y al alcance de todos. Existen sistemas que han estudiado esto, como el proyecto Venus, existe todo un mundo fuera de esto.
Y, como siempre, habrá quien lea estas líneas, investigue y saque sus propias conclusiones. Y hay quién dirá: con otra loca hemos topado! Qué haríamos sin todo esto? Es mejor malo conocido que bueno por conocer, etc.
Perdónenme señores y señoras, pero cuando hablamos de vidas humanas, cuando hablamos de muertes diarias a nivel mundial por hambre o enfermedades, esos argumentos se quedan cortos y vacíos. La cuestión no es aceptarlo como algo natural, sino mejorarnos a nosotros mismos y por consiguiente a la sociedad para no tener que ver estas atrocidades como algo natural y a su vez buscar respuestas a tantas carencias sociales de la actualidad.
Una loca humanista, se despide hasta la próxima.
Escrito para azperiodistas.com por Susana Nérida Suárez.